
SALVACION EN SOLEDAD?
Salvación en Soledad?
Un análisis de cómo la autoayuda manipula, fragmenta, nos culpa, y a su vez, nos ofrece soluciones individuales envueltas en frases motivacionales.
El llamado “crecimiento personal” no es más que un opio que nos convence de que nuestro fracaso es siempre culpa nuestra. Una maquinaria que transforma el malestar social en negocio privado y la frustración en mercancía motivacional. Una fábrica de individuos ocupados en ajustarse a sí mismos, mientras el mundo arde a su alrededor.
Byung-Chul Han llamó a esto la “sociedad del rendimiento”: la autoexplotación alegre, la positividad obligatoria, el agotamiento envuelto en frases motivacionales. “Todo depende de ti” mientras el terreno se tambalea con salarios que no suben, alquileres que sí, jornadas extensas, crédito elevado. Pareciera entonces que cada tropiezo es un problema de “actitud”, el orden económico queda a salvo de toda crítica.
VIDEOS DE EXITO
Vemos por doquier videos que explican cómo lograr “éxito financiero en 30 días”, mientras millones de personas trabajan en condiciones que jamás permitirán esa promesa. O la proliferación de “apps de felicidad” que te envían notificaciones recordándote sonreír, como si la alegría fuera un interruptor. O los influencers del fitness que, en medio de una crisis global de acceso a la salud, proclaman que todo depende de tu disciplina para no comer pan.
Una persona agobiada.por las deudas es persuadido de comprar un curso de “mentalidad millonaria”. Una mujer sobrecargada por la doble jornada laboral y doméstica encuentra en Instagram gurús que le dicen que su problema es “no vibrar alto”.
La precariedad se individualiza y se medicaliza, mientras se invisibiliza la estructura que la genera.
En los reels de productividad, en los cursos de “mentalidad de abundancia”, en los podcasts que convierten la desigualdad en desafío personal. El circuito cierra a medios, plataformas y editoriales que alinean la oferta emocional con las necesidades del mercado.
Las grandes casas editoriales que llenan las estanterías de libros de autoayuda pertenecen a conglomerados con intereses globales. Empresas que seleccionan y escalan aquello que se vende, y lo que más se vende hoy es la promesa de autosuperación.
Libros como Los secretos de la mente millonaria de T. Harv Eker, Piense y hágase rico de Napoleon Hill o El club de las 5 de la mañana de Robin Sharma se han incrustado en el imaginario cultural. Tanto, que frases como “si lo sueñas, lo puedes lograr” o “eres el resultado de tus hábitos” se repiten como mantras.
Si el cristianismo implantó el pecado original como marca indeleble del ser humano, la autoayuda espiritualizada ha creado su equivalente moderno: la culpa de no estar siempre agradecido, positivo y en equilibrio. En el catálogo de la espiritualidad empaquetada encontramos libros que venden “la magia de los ángeles”, oraciones de prosperidad, cristales que “alinean tu energía” mientras el banco te cobra intereses por la tarjeta. Una espiritualidad de supermercado que mezcla retazos de religiosidad new age, cristianismo de prosperidad y marketing emocional.
ORIGENES DE LA FILOSOFIA
En sus orígenes, la filosofía se ocupaba de Dios y de lo divino; más adelante, de la política y de la organización de la polis. Hoy, tras el desgaste y la pérdida de autoridad de las instituciones religiosas y políticas, gran parte de la filosofía popularizada se ha trasladado al terreno de la autoayuda o, mejor, al del autofracaso.
Lo que alguna vez fue ejercicio de pensamiento radical, de confrontación con lo absoluto o de reflexión sobre el orden social, ahora son cápsulas de motivación que circulan en redes como si fueran galletas de la fortuna con pretensiones intelectuales.
El estoicismo de Marco Aurelio o Epicteto, que concebía la serenidad como un modo de vivir con dignidad frente a lo inevitable, ha sido degradado a un manual de productividad y obediencia. Lo que fue una filosofía de resistencia, se ha convertido en resiliencia elevada a virtud suprema, funcional a un sistema que nos prefiere resignados antes que críticos.
El contenido que alimenta esa sensación de carencia permanente se produce y se distribuye en plataformas donde la publicidad manda. El negocio consiste en mantenernos mirando y comprando. La economía de la atención necesita que te sientas siempre a pocos centímetros de “tu yo optimizado”.
Se nos entrena para leer cualquier crítica como “toxicidad”, cualquier mención de injusticias como “drama”. Dejamos de escuchar al amigo que señala un abuso, una queja o cualquier malestar.
«Divide y reinarás». Nos separan de los otros bajo el argumento de que su “negatividad” contamina.
El mercado agradece menos vínculos incómodos, más consumo de soluciones en aras del crecimiento personal.
En apariencia, la autoayuda parte de la psicología moderna, pero la psicología científica estudia el comportamiento humano en su complejidad, mientras la autoayuda lo reduce a estratégias de consumo.
INDUSTRIA, LIBROS Y PELICULAS
Esta industria recicla términos científicos (neuroplasticidad, física cuántica) fuera de contexto para conferir prestigio. El libro y la película «The Secret» popularizaron una doctrina que confunde metafísica con mecánica cuántica; revistas y divulgadores escépticos llevan años desmontándolo.
Incluso el lenguaje ambiental fue redirigido a la culpa íntima. El “cálculo de huella de carbono” popularizado por campañas de BP en los 2000 trasladó el foco del emisor industrial al consumidor: si no reciclas perfecto, si no cambias de bombillo, si no pagas tu “compensación”, eres parte del problema.
BetterHelp y otras plataformas privatizan el acceso a la salud mental en el formato de suscripción; grandes empresas compran “paquetes de resiliencia” para trabajadores exhaustos.
Apps como Headspace o Calm venden su versión empresarial a miles de compañías y ofrecen dashboards de uso a RR. HH., lo que permite extraer métricas de la intimidad para fines de optimización laboral. Esa mercantilización de la salud mental plantea dilemas de privacidad y de desplazamiento de responsabilidades.
LinkedIn convierte la precariedad laboral en un problema de branding personal y “reskilling”; la exigencia del growth mindset se transforma en dogma de empresa. Posts virales celebran la resiliencia de quienes trabajan 16 horas. En lugar de cuestionar, el usuario se somete a un ciclo infinito de networking y reinvención.
El ecosistema que llama “flexibilidad” a la incertidumbre, convierten tu trayectoria en un flujo de señales cuantificables (endorsements, badges, “skills”) que te empujan a un reciclaje infinito de cursos, mentorías y microcertificaciones. Cada nuevo diploma promete cerrar “la brecha” que el propio mercado abre un mes después.
La figura del «tiburón de los negocios» es necesaria, no porque todos podamos ser tiburones, sino porque la mayoría termina aceptando ser carnada con una sonrisa, convencida de que “todo es cuestión de actitud”.
Se suelen poner como ejemplo, los ídolos del emprendimiento que “comenzaron desde abajo”. Pero ese “abajo” no es el mismo para todos. No es lo mismo emprender desde un garaje en Silicon Valley con acceso a capital, contactos y una buena educación, que crecer en un barrio marginado donde la supervivencia diaria es ya un desafío.
LINEAS DE PARTIDA
La línea de partida no es la misma.
El crecimiento personal no es inocuo.
En lo social, normaliza la desigualdad: el pobre es pobre porque quiere.
En lo ambiental, vende un crecimiento infinito incompatibles con un planeta limitado.
En lo mental, alimenta epidemias de ansiedad y depresión, porque cada fracaso se interpreta como una falla interna.
En lo cultural, exporta un modelo individualista que coloniza sociedades colectivistas.
Con todo lo anterior no pretendo negar el valor de la terapia, la espiritualidad o el esfuerzo personal. Se trata de entender qué ocurre cuando el alivio personal se usa para tapar la herida social. Cuando una práctica que podría fortalecernos comunitariamente, llega a nosotros como suscripción y se acompaña de la orden de no “contaminarse” con el dolor del otro.
Se te ofrecen bálsamos que te devuelven a la rueda: te calman lo suficiente como para seguir pedaleando, no para cambiar la bicicleta.
Mientras dedicamos horas a “construir nuestra mejor versión», olvidamos que lo que más enferma no es la falta de motivación, sino el exceso de explotación; no es la ausencia de propósito individual, sino la desconexión comunitaria; no es que nos falten afirmaciones positivas, sino que nos sobra un sistema que convierte toda nuestra vulnerabilidad en mercancía.
Si el crecimiento personal quiere dejar de ser un placebo, debe mirar las estructuras además de los hábitos. Que admita que nadie se salva solo. Y que, por fin, incomode al poder, ese que nos ofrece espejos para que adoremos nuestro reflejo mientras se nos escapa el mundo.
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