
LO QUE PERSISTE, RESISTE
LO QUE PERSISTE, RESISTE
¿Por qué, a pesar de décadas de análisis sobre las consecuencias del consumismo desenfrenado y la mercantilización de la vida, seguimos sin percibir transformaciones verdaderas? ¿Qué hace que un sistema tan ampliamente criticado permanezca no solo intacto, sino fortalecido?
Quizás el error más grande de los críticos del sistema haya sido darle un nombre que permite su defensa. «Capitalismo» evoca inmediatamente su opuesto: «socialismo» o «comunismo». Esta polarización binaria permite que el sistema se refugie en la falsa idea de que representa la libertad frente al totalitarismo, la democracia frente a la dictadura, la prosperidad frente a la pobreza. Al nombrarlo, lo hemos convertido en una opción ideológica.
Lo que enfrentamos no es un sistema económico que pueda reformarse o reemplazarse por otro; es una manera de existir que define cómo pensamos, deseamos, convivimos y tratamos al mundo. Convierte a las personas en herramientas, a la naturaleza en materia prima y al tiempo en un recurso.
Sus análisis van desde la burocratización que encadena la libertad, la vigilancia que normaliza la obediencia, el consumismo que sofoca el pensamiento crítico, hasta la manipulación mediática, el espectáculo que reemplaza la realidad, las crisis que enriquecen a unos pocos, la cultura que estandariza, la ideología que justifica la explotación, los empleos vacíos que alienan, y la tecnología que nos convierte en datos. Estas ideas, celebradas y debatidas, no han bastado para quebrar el sistema. Al contrario, parece que el sistema absorbe con facilidad las críticas como si fueran parte de su diseño.
Esta transformación actúa en un nivel tan arraigado que hasta sus críticos más acérrimos terminan replicando sus dinámicas. Los movimientos disidentes se organizan como empresas, compiten por audiencias, mercantilizan su mensaje de resistencia. Las universidades que estudian la desigualdad funcionan como corporaciones que explotan trabajo académico precario. Los activistas ambientales viajan en aviones para denunciar las emisiones de carbono. La crítica se ha vuelto otro producto en el mercado de ideas, y sus productores, otros emprendedores de la indignación.
Ciclo de vigilancia y rendimiento
Tanto en los sistemas que se autodenominan de libre mercado como en aquellos que se proclaman socialistas, coinciden en subordinar la vida a una maquinaria que procesa seres humanos como materia prima. En el socialismo de Estado del siglo XX, las personas se convertían en recursos para el partido, para la revolución, para el plan quinquenal. En el neoliberalismo se convierten en recursos para el mercado, para el crecimiento, para la competitividad.
La planificación central y el mercado libre comparten el mismo proyecto: la gestión eficiente de poblaciones.
La transformación de la dominación
Lo que enfrentamos no es la dominación clásica donde una clase burguesa claramente identificable explotaba a una clase trabajadora igualmente definida. La dominación ahora es más difusa y, por ello, más total. No hay un grupo de villanos confabulándose; hay millones de personas, incluidos los críticos del sistema, reproduciendo inconscientemente sus patrones.
El poder ya no se ejerce a través de la represión. No nos fuerza a trabajar; nos convence de que somos emprendedores. No nos prohíbe protestar; convierte la protesta en contenido viral. No censura la crítica; la monetiza. Esta forma de dominio es más efectiva que cualquier dictadura porque actúa desde el interior, moldeando los deseos, ambiciones y formas de entender el éxito.
No hay un plan maestro; hay millones de elecciones individuales que avanzan hacia el mismo destino, moldeadas por un patrón común que guía lo que creemos elegir libremente. Somos libres de elegir entre trabajos que nos desgastan y que nos permiten pagar por servicios que antes proporcionaba la comunidad. Somos libres de elegir entre productos que no necesitamos y entre vidas que no sentimos propias. Esta libertad es una forma de dominio que se siente como emancipación, una opresión que se vive como elección.
El prisionero que decora su celda se siente libre; el consumidor que elige entre treinta marcas de cereales experimenta diversidad; el trabajador que gestiona su tiempo flexible cree controlar su vida. La jaula se ha vuelto tan cómoda y hermosa que sus habitantes la defienden contra quienes señalan los barrotes.
24/7
El sistema funciona las veinticuatro horas. Los mercados financieros nunca duermen, las redes sociales nunca se apagan, las notificaciones nunca cesan. La vida ya no se sincroniza con los ritmos circadianos, y hasta el sueño se convierte en objeto de optimización: aplicaciones que monitorizan patrones de descanso, suplementos para dormir mejor, técnicas para ser más productivo mientras dormimos.
Todo esto nos conduce a la ansiedad que el mismo sistema se ofrece a curar. Aplicaciones de meditación para trabajadores estresados, retiros de bienestar para ejecutivos agotados, coaches de vida para personas que han perdido el sentido.
El 40% de los trabajadores en 2023 sentían que sus empleos carecían de sentido, atrapados en una rutina de alienación. La presión de rendir agota: el 55% de los trabajadores en países desarrollados reportaron agotamiento en 2023. Hasta la espiritualidad se convierte en una técnica para ser más productivos, con retiros de mindfulness que cuestan hasta 10 mil dólares por semana
La fábrica de deseos
El sistema fabrica deseos, genera continuamente nuevas formas de necesidad, aspiraciones y malestares que solo pueden aliviarse mediante el consumo. Comercializa identidades más que objetos, vínculos afectivos, formas de pertenencia.
El gasto global en publicidad gasta millones de dólares en convencernos de que estamos incompletos sin el próximo producto.
La epidemia de soledad que recorre el mundo no es un problema psicológico personal sino un producto que alimenta el consumo compensatorio. Compramos para llenar vacíos, trabajamos para escapar del aislamiento, nos conectamos digitalmente para no enfrentar la desconexión real. Y mientras tanto, el sistema nos ofrece más productos, más plataformas, más formas de monetizar nuestra soledad.
Cada compra promete llenar un vacío que el propio sistema crea, pero la satisfacción es fugaz, diseñada para alimentar la próxima necesidad. Si un objeto colmara verdaderamente nuestras carencias, el engranaje económico perdería su impulso. Por eso la obsolescencia no se limita al plano material.
Cada adquisición debe preparar el terreno para la siguiente, cada alivio debe convertirse en preludio de una nueva frustración, cada éxito en recordatorio de lo que aún falta.
La crisis existencial que se manifiesta en ansiedad, depresión y adicciones es la consecuencia de un sistema que no puede proporcionar sentido porque su lógica es absurda: acumular por acumular, crecer por crecer, consumir por consumir.
El saqueo de la tierra
Cada año extraemos cerca de cien mil millones de toneladas de materiales de la Tierra: minerales, combustibles fósiles, biomasa. Los océanos pierden noventa millones de toneladas de peces anualmente, muy por encima de su capacidad de regeneración. Un tercio de los suelos agrícolas del mundo están degradados por la agricultura industrial. La Amazonía, que tardó millones de años en formarse, ha perdido casi una quinta parte de su extensión en cinco décadas.
Esta explotación no responde a nuestras necesidades, sino a la necesidad del sistema de crecer infinitamente. La mayor parte de los recursos extraídos se convierte en objetos desechables que duran meses o años: ropa que se usa pocas veces, electrónicos que se vuelven obsoletos, empaques que se tiran inmediatamente.
Cada smartphone contiene más de sesenta elementos de la tabla periódica, extraídos mediante minería que devasta ecosistemas completos, para dispositivos que se reemplazan cada dos años.
Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen creciendo porque el sistema necesita quemar más energía, producir más objetos, transportar más mercancías. Las soluciones propuestas (energías renovables, autos eléctricos) mantienen intacta la premisa del crecimiento infinito, solo cambian las fuentes de energía para alimentar la misma voracidad.
Violencia normalizada
Hay alimentos para 12 mil millones de personas, pero el hambre persiste. Hay casas vacías, pero millones no tienen hogar. Hay medicamentos que podrían salvar vidas, pero son inaccesibles porque no son rentables. Esta violencia no se percibe como tal porque se presenta como el resultado natural de la «escasez» o la «competencia». Pero no hay nada natural en un sistema que produce abundancia y escasez al mismo tiempo. Esto demuestra la verdad última del sistema: no existe para satisfacer nuestras necesidades, sino para valorizar el capital.
Las necesidades solo se satisfacen si son rentables; de lo contrario, se ignoran, sin importar cuánto sufrimiento generen.
El sistema subordina las decisiones colectivas a los imperativos del mercado. La libertad política existe en teoría, pero en la práctica está limitada por la libertad del capital para mover, destruir y acumular sin restricciones.
Revolución S.A.
La disidencia, se convierte en mercancía. Las camisetas con el rostro de un revolucionario se venden en centros comerciales, los manifiestos contra el consumismo se viralizan en plataformas financiadas por publicidad, las denuncias de la crisis climática se convierten en campañas de marketing verde.
El sistema no reprime a sus críticos; los absorbe y los convierte en contenido.
La furia contra la desigualdad se transforma en bestsellers que se venden en las mismas librerías que promocionan guías para hacerse millonario. La sostenibilidad se convierte en un nicho de mercado, con botellas reutilizables y aplicaciones para medir la huella de carbono, mientras las corporaciones que devastan el planeta patrocinan cumbres climáticas. Esta capacidad de cooptación no solo neutraliza la crítica; la convierte en prueba de la libertad del sistema.
Quienes cuestionan el sistema muchas veces terminan validándose por número de seguidores, impacto medible, presencia en medios. El lenguaje corporativo infiltra hasta las tentativas más genuinas de transformación.
Los líderes carismáticos se convierten en CEOs del descontento. La izquierda y la derecha compiten en el mismo mercado político, diferenciándose solo en sus propuestas de valor para diferentes segmentos de consumidores de promesas.
Significados líquidos
Términos como “libertad”, “democracia”, “progreso” o “innovación” han perdido su significado concreto y pueden usarse para defender casi cualquier cosa. La libertad se invoca tanto para eliminar regulaciones financieras como para justificar la vigilancia digital. La democracia sirve tanto para hablar de participación ciudadana como para encubrir la manipulación de opiniones a través de algoritmos.
El sistema se presentarse como defensor de todos los valores, mientras actúa en contra de ellos. Puede llamarse democrático mientras concentra el poder en corporaciones privadas; puede hablar de libertad mientras refuerza formas de control que no necesitan represión visible.
El efecto es un terreno confuso, donde ya no es posible distinguir entre crítica real y propaganda. Tanto quienes apoyan como quienes cuestionan el estado actual de las cosas usan las mismas palabras: libertad, justicia, bienestar, sostenibilidad. Esta ambigüedad impide pensar con claridad y dificulta proponer alternativas sin que suenen como simples retoques a lo ya establecido.
La pseudo alternativas
El sistema tiene la habilidad de crear falsas alternativas que canalizan el descontento sin poner en riesgo su estructura. Iniciativas como el capitalismo verde, la economía circular, el emprendimiento social o la tecnología «con rostro humano» parecen propuestas transformadoras, pero en el fondo refuerzan el mismo modelo que dicen cuestionar.
El «capitalismo verde» generó 1.5 billones de dólares en 2024, pero la extracción de recursos no disminuyó (Bloomberg, 2024). La agroindustria, que controla el 60% de las tierras agrícolas, vende semillas transgénicas como sostenibilidad mientras destruye la biodiversidad (FAO, 2023). La «economía colaborativa» concentra riqueza: el 80% de las ganancias de plataformas como Uber van al 20% de sus ejecutivos (Oxfam, 2024). Estas soluciones dan la ilusión de cambio, pero refuerzan la misma estructura.
Estas ideas funcionan como válvulas de escape ya que permiten al sistema absorber la crítica sin modificar sus operaciones. Se genera la sensación de que algo está cambiando, cuando en realidad todo sigue funcionando como antes. El sistema se adapta, se renueva por fuera, pero mantiene intacto su funcionamiento de fondo. Es un reformismo que gira en círculo: promete transformaciones, pero solo entrega versiones actualizadas del mismo problema.
Lo más difícil de detectar es que estas propuestas no son del todo falsas. Suelen tener algo de razón y apuntan a necesidades reales. Pero ese pequeño núcleo de verdad queda subordinado al mismo modelo que se intenta suavizar. En lugar de atacarlo, terminan reforzándolo desde dentro, como parte de una fórmula que siempre cambia para seguir igual.
La administración de la vida
Lo que define al sistema no es solo la explotación económica, sino también la gestión completa de la vida cotidiana. Casi todo aspecto de nuestra existencia está organizado, monitoreado o guiado por algún tipo de mecanismo. La salud se gestiona con seguros privados y aplicaciones de bienestar. La educación se mide en rankings, calificaciones y métricas de rendimiento.
Este tipo de control no actúa de forma represiva, como los regímenes autoritarios, es persuasivo y productivo. No impide directamente que hagamos algo, sino que nos dirige hacia lo que se considera «útil», «eficiente» o «rentable». No elimina la creatividad, pero la canaliza hacia formatos que generen ganancias. No prohíbe las comunidades, pero las convierte en redes de usuarios o consumidores.
Trascender las categorías
Quizás sea tiempo de abandonar el vocabulario que nos atrapa en falsas oposiciones. No se trata de defender o atacar etiquetas ideológicas, sino de reconocer que habitamos una forma de organización de la realidad que trasciende las categorías políticas tradicionales. No es un sistema que pueda reformarse o derrocarse; es una transformación de la conciencia que debe cambiarse desde adentro.
Las grietas ya existen: en los actos de cuidado que no pueden cuantificarse, en las relaciones que se resisten a ser mediadas, en los momentos de contemplación que escapan a la productividad, en las formas de conocimiento que no buscan aplicación inmediata, en las comunidades que priorizan el bienestar colectivo sobre la acumulación individual, en los movimientos que protegen territorios sin convertirlos en recursos.
Es necesario crear formas de vivir que no necesiten validarse con números, que no conviertan todo en recurso, que no vivan bajo la presión constante de justificar su utilidad. Formas de vida que quizás ni siquiera necesiten un nombre, porque bastará con que sean habitables.
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