
COLAPSOLOGIA Y PASION POR EL FIN
COLAPSOLOGIA Y PASION POR EL FIN
El fin ya no se anuncia mediante trompetas apocalípticas, se presenta a través de informes científicos, gráficos ascendentes de temperatura global, mapas de deforestación y matrices de crisis interconectadas. El colapso ha trascendido su condición de amenaza futura para instalarse como clima emocional del presente, como perspectiva a través de la cual interpretamos los acontecimientos actuales y bosquejamos posibilidades futuras.
La narrativa del colapso pareciera decirnos que no presenciaremos grandes transformaciones revolucionarias ni un porvenir que mejore las condiciones actuales. Solo el desmoronamiento paulatino de los sistemas que sostienen la civilización industrial, y con ella, una extraña atracción hacia esta imagen terminal, como si contemplarla produjera un efecto liberador.
¿Por qué esta fascinación por el fin?¿Cuáles son las implicaciones de considerar el colapso como horizonte más verosímil, o quizás más deseable, que la transformación social?
La imaginación utópica se presenta debilitado. La colapsología aparece como sustituto del pensamiento utópico. En lugar de proyectar sociedades alternativas o mundos posibles, nos dedicamos a calcular variables de desintegración, puntos críticos de no retorno, umbrales ecológicos irreversibles.
Si el siglo XX quedó marcado por grandes narrativas emancipatorias, el siglo XXI parece definirse por relatos de agotamiento, límite y finitud.
Los trabajos de la colapsología proponen una pedagogía para desarrollar resiliencia emocional ante lo que consideran inevitable. El sujeto contemporáneo no se prepara para transformar radicalmente las condiciones materiales de existencia, se prepara para sobrevivir a su deterioro.
La colapsología ha evolucionado como corriente de pensamiento. Los primeros textos enfatizaban las evidencias científicas del colapso inminente: límites físicos del crecimiento, crisis energética, alteración climática, extinción masiva de especies. Posteriormente, sus teorizaciones incorporaron dimensiones psicológicas, comunitarias y existenciales.
La contemplación del gran derrumbe proporciona cierto alivio existencial. En un contexto caracterizado por la aceleración permanente, la fragmentación de la experiencia, la sobreexigencia productiva y la saturación informativa, la imagen del colapso total ofrece una especie de purificación mediante el caos.
El fin imaginado actúa como fuerza simplificadora. Promete reducir la abrumadora realidad a una situación elemental, primaria. Esta fantasía de retorno a lo básico, a lo esencial, ejerce un poderoso atractivo en sociedades hipercomplejas donde el individuo experimenta constantemente su impotencia frente a sistemas abstractos e incontrolables.
La expectativa del colapso incorpora una dimensión de justicia cósmica. El sistema que ha explotado recursos naturales, poblaciones vulnerables y subjetividades durante siglos parece «merecer»su final. Si la transformación política organizada parece inviable, el colapso aparece como juez imparcial que dictará sentencia por el peso mismo de las contradicciones sistémicas acumuladas. Esta esperanza invertida, constituye un refugio peculiar para el pensamiento crítico cuando percibe cerradas otras vías de cambio social.
No obstante, la fascinación por el derrumbe puede convertirse fácilmente en una forma de pasividad disfrazada de lucidez analítica. La contemplación de escenarios apocalípticos puede generar una parálisis como la que producía anteriormente la ideología del progreso indefinido. El verdadero peligro consiste en el derrumbe anticipado de la voluntad colectiva de transformación.
La certeza del desastre puede funcionar como profecía autocumplida, precisamente porque elimina la incertidumbre necesaria para la acción. Si estamos absolutamente seguros de que todo colapsará, ¿por qué esforzarnos en evitarlo?
A diferencia de las catástrofes repentinas imaginadas por las antiguas tradiciones apocalípticas, el colapso colapsológico se caracteriza por su naturaleza gradual, distribuida, muchas veces imperceptible en la experiencia cotidiana inmediata. Lo que anteriormente se concebía como evento espectacular se concibe ahora como proceso acumulativo. Un «apocalipsis sin apocalipsis».
Los indicadores de agotamiento sistémico proliferan: escasez hídrica en regiones cada vez más amplias, aumento estadístico de trastornos mentales, degradación progresiva de suelos agrícolas, fatiga institucional en democracias consolidadas, polarización creciente de comunidades políticas, atomización social… Ninguno de estos fenómenos constituye una ruptura definitiva, su conjunto configura un paisaje de deterioro persistente. El colapso actual se asemeja menos al estallido de una bomba que al avance silencioso de una enfermedad crónica.
Habitamos un mundo colapsante sin experimentarlo como tal en cada momento. Nos adaptamos cognitivamente al deterioro, normalizamos lo que décadas atrás habría resultado alarmante. El colapso configura una atmósfera constante más que un acontecimiento singular. Como un «hiperobjeto», el colapso resulta demasiado distribuido espacial y temporalmente para ser aprehendido en su totalidad mediante nuestra experiencia inmediata.
Así, la conciencia habita un tiempo suspendido, un presente prolongado que no termina de desmoronarse completamente ni ofrece posibilidades claras de renovación. Esta suspensión temporal corroe las grandes narrativas modernas basadas en la idea de progreso, sin ofrecer a cambio una nueva organización del tiempo histórico.
La colapsología ha experimentado un proceso de comercialización cultural. El fin del mundo se ha convertido en producto mediático de consumo masivo. Documentales apocalípticos, literatura distópica, videojuegos ambientados en escenarios post-colapso, canales temáticos en YouTube dedicados a la supervivencia, cuentas especializadas en redes sociales que registran meticulosamente cada nuevo síntoma catastrófico, series, películas… La economía de la atención ha incorporado el miedo civilizatorio como motor rentable.
Los algoritmos digitales, diseñados para maximizar el tiempo de exposición a contenidos, amplifican sistemáticamente los escenarios más inquietantes, ofreciendo un flujo constante de imágenes catastróficas. Esta circulación masiva de representaciones apocalípticas, modifica sustancialmente nuestra relación con la idea misma de colapso.
Al transformar el colapso en objeto de consumo cultural, lo neutralizamos como fuerza movilizadora. Lo convertimos en espectáculo, en experiencia vicaria, en entretenimiento. Mientras debatimos apasionadamente si determinado fenómeno meteorológico extremo constituye evidencia definitiva del colapso climático, continuamos participando en las prácticas cotidianas que lo aceleran. La espectacularización del fin crea una distancia que nos inmuniza frente a su urgencia práctica.
Este fenómeno genera una especie de esquizofrenia cognitiva: conocemos la gravedad de múltiples crisis convergentes, pero este conocimiento raramente se traduce en transformaciones significativas de nuestros modos de vida. La representación mediática del colapso actúa como válvula de escape que permite aliviar la tensión cognitiva sin modificar las condiciones materiales que la generan.
Vivimos en la «era de la hipocresía»: sabemos demasiado para seguir actuando como lo hacemos, pero continuamos haciéndolo mientras hacemos circular obsesivamente el conocimiento sobre la insostenibilidad de nuestras prácticas.
No parece viable negar la gravedad objetiva de múltiples crisis convergentes, como tampoco resulta aceptable rendirse a un fatalismo paralizante. La colapsología acierta en numerosos aspectos diagnósticos: el mundo configurado por la modernidad industrial atraviesa una crisis multidimensional, aún así, la respuesta adecuada no puede limitarse a la contemplación melancólica de ruinas anticipadas ni al goce mórbido de la catástrofe.
La reflexión sobre el colapso requiere considerar la multiplicidad de temporalidades que operan simultáneamente. El tiempo geológico del planeta, el tiempo biológico de la evolución, el tiempo acelerado de los mercados financieros, el tiempo político de las democracias electorales, el tiempo íntimo de la experiencia subjetiva… Cada uno de estos registros temporales experimenta el colapso de manera diferente.
Lo que llamamos «colapso» constituye un complejo de procesos asimétricos. Mientras ciertas especies desaparecen para siempre, otros organismos proliferan en nichos ecológicos alterados. Mientras determinadas instituciones sociales se desintegran, aparecen formas inéditas de organización comunitaria. Mientras algunas estructuras tecnológicas fallan, otras adquieren centralidad anteriormente impensable.
Esta heterogeneidad temporal es importante para superar la concepción monolítica del colapso como evento único y homogéneo. Lo que experimentamos corresponde más exactamente a «parches de ruina»: zonas donde la vida continúa bajo condiciones alteradas, donde la destrucción coexiste con la persistencia, donde la pérdida irreversible no excluye la emergencia de posibilidades imprevistas.
Comprender esta multiplicidad temporal permite evitar dos simplificaciones opuestas: la que reduce el colapso a catástrofe instantánea y la que lo niega completamente por su carácter gradual. Necesitamos «palabras para pensar lo que nos está ocurriendo», palabras capaces de captar tanto la gravedad de nuestra situación como las posibilidades aún abiertas dentro de ella.
Cada época sueña con la siguiente mientras se hunde.
La colapsología cumple una función importante cuando desmonta ilusiones peligrosas sobre la sostenibilidad del modelo civilizatorio actual. Pero su mayor contribución podría consistir en ayudarnos a imaginar qué tipo de vida vale la pena vivir cuando las promesas de la modernidad industrial han perdido credibilidad. Qué podemos aprender
Referencias bibliográficas:
Dupuy, Jean-Pierre. «Pour un catastrophisme éclairé».
Haraway, Donna. «Staying with the Trouble: Making Kin in the Chthulucene».
Jameson, Fredric. «The Seeds of Time».
Lear, Jonathan. «Radical Hope: Ethics in the Face of Cultural Devastation».
Morton, Timothy. «Hyperobjects: Philosophy and Ecology after the End of the World».
Servigne, Pablo y Stevens, Raphaël. «Comment tout peut s’effondrer: Petit manuel de collapsologie à l’usage des générations présentes».
Servigne, Pablo, Stevens, Raphaël y Chapelle, Gauthier. «Une autre fin du monde est possible».
Stengers, Isabelle. «Au temps des catastrophes: Résister à la barbarie qui vient».
Stiegler, Bernard. «Dans la disruption: Comment ne pas devenir fou?»
Tsing, Anna. «The Mushroom at the End of the World: On the Possibility of Life in Capitalist Ruins».
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