
ONTOTECNOLOGIA. DEL SER A LA INTERFAZ
ONTOTECNOLOGIA. DEL SER A LA INTERFAZ
Antes de salir de casa, una inteligencia artificial ya ha seleccionado las noticias que verás, ha sugerido una ruta «eficiente» para tu destino, ha categorizado tu estado emocional a partir de tus pulsaciones y, sin consultarte, ha priorizado ciertos datos sobre otros.
Mientras tanto, tus elecciones futuras están siendo entrenadas por modelos predictivos. Esto no es ciencia ficción. Es ontotecnología.
La ontotecnología es un concepto que nombra la manera en que los sistemas técnicos reescriben las condiciones básicas de lo que significa existir, sentir, decidir y relacionarse. Describe el momento en que la tecnología deja de ser instrumental para convertirse en «arquitectónica» estructura las posibilidades mismas de lo real.
De la herramienta al entorno existencial
Tradicionalmente las herramientas ampliaban las capacidades humanas. Un martillo reforzaba la fuerza, un telescopio agudizaba la visión, un libro preservaba la memoria. La ontotecnología plantea una situación distinta: sistemas que no prolongan nuestras facultades, «sustituyen, anticipan y reorganizan» esas funciones según una lógica propia.
Considera el funcionamiento de las plataformas de streaming. Netflix no se limita a ofrecer contenido; produce subjetividades específicas. Su algoritmo «recomienda» películas, pero también genera un espectador cuya capacidad de elección ha sido delegada a un sistema que predice deseos, minimiza la incertidumbre y convierte el tiempo libre en consumo eficiente. El usuario ya no elige qué ver; habita dentro de un ecosistema que ha procesado, filtrado y preseleccionado las opciones de su experiencia.
Cuando Google termina nuestras búsquedas antes de que acabemos de escribirlas, modifica la relación con la curiosidad, con lo inesperado, con la formulación del propio pensamiento. Cuando Spotify crea playlists automáticas basadas en nuestro «estado de ánimo», produce una forma de autorrelación donde los afectos se vuelven datos interpretables.
La gramática subyacente
La ontotecnología configura las posibilidades de la experiencia antes de que seamos conscientes de estar viviendo algo. Los sistemas de inteligencia artificial son asistentes y arquitectos de contextos existenciales.
Tomemos el caso de las aplicaciones de citas. Tinder facilita encuentros románticos, «y al hacerlo configura» una forma particular de deseo y reconocimiento. La lógica del deslizamiento (swipe) transforma el encuentro amoroso en un proceso de selección binaria basado en imágenes. El algoritmo aprende de nuestros patrones de elección y comienza a preseleccionar perfiles, generando una retroalimentación que estrecha progresivamente el rango de lo que consideramos deseable. El resultado «produce subjetividades amorosas», individuos que aprenden a desear dentro de los parámetros de los algoritmos.
Los correctores automáticos de texto corrigen errores ortográficos, pero también normalizan formas de expresión, eliminan regionalismos y estandarizan el lenguaje. Cada sugerencia funciona como una microintervención en el pensamiento. Los GPS indican rutas, al tiempo que reconfiguran la relación con el territorio y suprimen la posibilidad del extravío como forma de descubrimiento.
Memoria, atención y juicio subcontratados
La ontotecnología se caracteriza por la externalización de funciones que antes se consideraban inherentemente humanas. Hablamos de capacidades cognitivas y afectivas como recordar, elegir, valorar, imaginar.
Antes, fotografiar implicaba decisiones conscientes: qué momento capturar, desde qué ángulo, con qué propósito. Los smartphones han automatizado gran parte de este proceso: ajuste automático de luz, enfoque, filtros que «mejoran» la imagen según estándares algorítmicos. Google Photos organiza automáticamente nuestros recuerdos, crea álbumes temáticos, sugiere qué momentos compartir. La memoria personal se convierte en un «servicio administrado por inteligencia artificial».
Cuando externalizamos la gestión de la memoria en sistemas automatizados, modificamos la relación con el pasado, con la temporalidad, con la construcción narrativa de la identidad. Los algoritmos de clasificación priorizan ciertos tipos de eventos (celebraciones, viajes, momentos «felices») y minimizan otros (rutina, reflexión, soledad). La memoria automatizada produce una «versión editada de la vida».
La cuantificación del yo
Los dispositivos de automonitoreo, como pulseras de actividad, aplicaciones de meditación o monitores de sueño, nos muestran una nueva forma de externalización tecnológica. Estos sistemas transforman lo que entendemos por salud, productividad o equilibrio.
Una aplicación como Headspace, que acompaña la meditación, moldea una forma de introspección guiada por métricas, metas y avances cuantificables. La espiritualidad adopta el lenguaje de la autooptimización. Del mismo modo, los dispositivos que registran el sueño convierten el descanso en una tarea a mejorar, generando ansiedad por alcanzar un “buen dormir”.
Experiencias que antes se vivían como cualitativas o personales: el bienestar, la calma, la satisfacción, pasan a leerse como datos que un algoritmo puede analizar. El resultado es una forma de autorrelación donde «lo incuantificable se vuelve irrelevante o patológico».
El pensamiento en manos ajenas
Los sistemas de inteligencia artificial generativa produce textos, ideas, argumentos. Por primera vez en la historia, las máquinas pueden simular convincentemente procesos que considerábamos exclusivamente humanos: la creatividad, la argumentación, la síntesis crítica.
Además de generar texto, los sistemas de IA ya participan en decisiones que antes requerían juicio. Los algoritmos determinan quién accede a un préstamo, quién es contratado, quién recibe atención médica prioritaria. Estos sistemas automatizan el proceso siguiendo criterios que a veces resultan incomprensibles.
No siempre son claros para los desarrolladores porque muchos algoritmos actuales, especialmente los basados en aprendizaje automático, aprenden a partir de grandes volúmenes de datos sin que sus reglas internas sean diseñadas línea por línea. En lugar de seguir instrucciones explícitas, estos sistemas ajustan sus propios parámetros en función de patrones estadísticos. Como resultado, pueden llegar a conclusiones efectivas, pero difíciles de descomponer o explicar paso a paso.
Esto se conoce como el problema de la «caja negra»: el sistema da respuestas, pero no siempre se puede rastrear con precisión por qué tomó una decisión específica. Incluso los equipos técnicos pueden desconocer qué combinación exacta de variables influyó más en un resultado. Esto dificulta la auditoría, la corrección de sesgos y la rendición de cuentas.
Cuando un algoritmo decide sobre la libertad condicional de alguien a partir de datos, no está calculando riesgos: está imponiendo una idea concreta de justicia, una forma particular de definir qué variables importan al decidir el destino de una persona.
La producción algorítmica de la sociabilidad
Las plataformas de redes sociales representan la ontotecnología en acción. Facebook, Instagram, TikTok, Twitter determinan qué se hace visible, qué genera engagement, qué se viraliza.
El feed de Facebook muestra lo que el algoritmo ha determinado que maximizará tu tiempo en la plataforma. TikTok no presenta videos que te interesan, presenta contenido calculado para generar respuestas neurológicas específicas que prolonguen el uso.
Las redes sociales no median la sociabilidad; la «manufacturan» según parámetros de optimización que priorizan el engagement sobre la calidad de la interacción, la polarización sobre el diálogo, la respuesta emocional rápida sobre la reflexión pausada.
La moral algorítmica
Los sistemas de IA que moderan contenido, detectan discursos de odio o controlan lo que se considera una interacción aceptable imponen una forma automatizada de moral. Actúan siguiendo reglas definidas por empresas, programadores o estructuras legales. Lo que se considera correcto se ajusta como un parámetro más.
Las personas tienden a comportarse de acuerdo con lo que el sistema permite o sanciona, no porque hayan reflexionado sobre ello, sino porque aprenden a moverse dentro de sus límites.
La polarización como producto
Las «cámaras de eco» y la polarización política en redes sociales es el resultado de sistemas diseñados para maximizar la atención. Contenido que genera indignación, sorpresa o confirmación de prejuicios existentes mantiene a los usuarios más tiempo en la plataforma.
Los algoritmos aprenden que contenido divisivo genera más interacción que contenido equilibrado. El resultado es la amplificación sistemática de posiciones extremas y la invisibilización de otras perspectivas. La polarización política no puede entenderse sin considerar cómo los sistemas algorítmicos han modificado la «ecología informacional» en la que se forman las opiniones.
Internet de las cosas
Los dispositivos de «Internet de las Cosas» (IoT) extienden la lógica ontotecnológica al espacio doméstico. Asistentes virtuales como Alexa o Google Home, termostatos inteligentes, refrigeradores conectados, sistemas de iluminación automatizad, transforman la relación con el espacio habitado.
Una casa «inteligente» es una casa que observa, registra y anticipa. Aprende patrones de comportamiento, horarios, preferencias de temperatura, hábitos de consumo. Promete eficiencia y comodidad, pero también produce un «entorno que conoce al habitante mejor de lo que se conoce a sí mismo».
El refrigerador que recomienda qué comprar según nuestros hábitos, el termostato que ajusta la temperatura en función de nuestras rutinas, o el sistema de seguridad que aprende a diferenciar movimientos “normales” de los “sospechosos” forman parte de un hogar inteligente. En conjunto, crean un entorno donde la vida cotidiana se organiza a partir de datos personales, como si la casa misma se volviera una extensión de nuestra huella digital.
Biometría y somatización
El reconocimiento facial, las huellas digitales, el ritmo cardíaco o la voz son leídos por sistemas que no necesitan mediación humana para clasificar o decidir.
Esta forma de lectura automatizada afecta aspectos de la vida cotidiana. El acceso a ciertos servicios, derechos o formas de movilidad puede depender de lo que el sistema registra, o deja fuera, al analizar nuestros cuerpos. Un cuerpo que opera como interfaz.
Los dispositivos de salud y bienestar no se limitan a medir lo que hacemos; también nos dicen cómo deberíamos vivir. Al recomendar cuántos pasos dar o cuántas horas dormir, proponen un modelo de cuerpo ideal basado en datos. Pero esas recomendaciones responden a criterios de eficiencia y a intereses comerciales, más que a decisiones personales o formas de vida elegidas con libertad.
La inteligencia educadora
Plataformas como Khan Academy, Coursera o sistemas de tutoría con IA están reemplazando no solo al docente, sino también al proceso pedagógico como experiencia dialógica. La ontotecnología educativa se presenta como solución a la desigualdad del conocimiento, pero, aún así, está personalización conduce a la estandarización.
Los algoritmos que personalizan el contenido para cada usuario priorizan la eficiencia por encima de la dificultad o el esfuerzo. El estudiante ya no se enfrenta al reto de comprender algo complejo; recibe información ya filtrada, ordenada y aprobada. Aprender se transforma así en un proceso guiado por recompensas rápidas.
El presente continuo
La ontotecnología genera una experiencia del tiempo caracterizada por la inmediatez permanente. Las notificaciones, los datos en tiempo real, los ciclos de actualización continua, producen una forma de presente expandido donde el pasado se vuelve inerte y el futuro es calculado algorítmicamente.
Ya no proyectamos el porvenir; lo predecimos. El tiempo se convierte en una variable gestionable, y con ello se pierde la posibilidad del acontecimiento, de lo inesperado, de la interrupción que irrumpe y transforma.
La obsolescencia existencial
El tiempo ontotecnológico es también un tiempo que caduca. Versiones de software, ciclos de productos, tendencias virales: todo caduca velozmente. Ese ritmo técnico se impone sobre los cuerpos y las vidas. La sensación de estar desactualizado afecta la forma en que nos entendemos a nosotros mismos. Aparece una ansiedad constante por mantenerse vigente. La obsolescencia ya no recae solo en los objetos; alcanza también los modos de vida.
La ontotecnología, entendida como esa fusión progresiva entre el ser y los dispositivos que organizan nuestra experiencia, extiende su lógica de cálculo a cada rincón de la vida. Pese a todo lo anterior, aún persiste un excedente que se resiste a ser parametrizado. Hay dolores que carecen de causa clínica, vínculos que rehúyen la utilidad, palabras que no se alinean con el sentido previsto, sin que esto se traduzca a una anomalía del sistema.
Yuk Hui plantea que la técnica moderna ha sido empobrecida por una lógica uniforme y global, perdiendo así su riqueza histórica y cultural. Frente a esta homogeneización, propone una “diversificación de la técnica”: una reapropiación que no se limita al uso funcional de los dispositivos, sino que los inserta en formas de vida distintas, enraizadas en saberes y cosmologías diversas. Habitar la tecnología de otro modo implica abrir espacio a aquello que ningún algoritmo puede anticipar ni absorber por completo: lo irreductible, lo incalculable, lo singular.
Günther Anders, en su diagnóstico temprano, advirtió que la técnica avanzaría más rápido que nuestra capacidad de comprenderla, produciendo una “desincronización entre el hombre y su mundo”. Tal desfase es temporal y existencial. Mientras el entorno se vuelve legible para las máquinas, el sujeto queda expuesto a una creciente irrelevancia de su interioridad.
El propósito aquí no consiste en oponerse a la tecnología, más bien, en cuidar lo que no puede ser convertido en dato, lo que permanece improductivo, errático, indócil. Allí, en esa zona sin función, persiste algo del mundo que todavía no ha sido capturado. Presencia sin utilidad.
La ontotecnología no es un destino inevitable, pero tampoco una herramienta neutral. Es el «territorio ontológico en el que hoy existimos». Negarlo es ingenuidad; aceptarlo sin crítica, rendición.
Se requiere una nueva pedagogía del ser, una alfabetización ontotécnica. Necesitamos aprender a leer los códigos que nos leen, a escribir dentro de sistemas que nos reescriben, a habitar arquitecturas sin convertirnos en piezas intercambiables.
Porque si no entendemos la ontotecnología, seremos sus ejecutables pasivos. Y si logramos pensarla con lucidez, quizá recuperemos algo de nuestra capacidad de existir por fuera del rendimiento, el perfilado y la predicción.
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