
LA NUEVA MASCULINIDAD
LA NUEVA MASCULINIDAD
En las últimas décadas hemos presenciado una transformación en la forma de entender y vivir la masculinidad. Lo que antes parecía un concepto incuestionable, ahora es un terreno de cuestionamiento y reinvención. Esta metamorfosis corresponde a los cambios sociales, económicos y culturales que han alterado los cimientos sobre los que se construyeron las identidades de género tradicionales.
Durante siglos, existió una noción dominante que asociaba lo masculino con características como la fuerza física, la autoridad, la provisión económica, el control emocional y cierta distancia de las tareas de cuidado. Desde una edad temprana, los niños eran educados para asumir el papel de proveedores, líderes, protectores e incluso combatientes. Esta visión se consolidó con la fuerza de la costumbre, los mitos, las religiones, los sistemas económicos y los aparatos educativos.
De dónde viene esta coincidencia intercultural? Algunos biólogos evolutivos apuntan a diferencias hormonales y físicas que predisponen (aunque no determinan) ciertas tendencias comportamentales.
Las presiones selectivas ancestrales pudieron favorecer determinados rasgos en entornos de escasez y peligro, aunque otros apuntan a que estas coincidencias responden más bien a mecanismos similares de dominación que se reproducen en contextos diversos.
Con todo lo anterior, esta aparente universalidad ha sido cuestionada por investigaciones que muestran cómo las formas de ser hombre varían considerablemente según el contexto histórico y cultural. Aunque hay patrones comunes como la asociación entre masculinidad y competencia, o entre masculinidad y autocontrol, también existen comunidades en las que las tareas de crianza, cooperación y expresión emocional hacen parte de la identidad masculina. Esto demuestra que la masculinidad, como cualquier otra identidad de género, es maleable y contingente.
Las guerras mundiales obligaron a reorganizar el trabajo y la vida doméstica. La industrialización y posteriormente la economía de servicios transformaron el valor social de la fuerza física. La democracia erosionó las jerarquías rígidas. La revolución sexual separó la sexualidad de la reproducción. El acceso de las mujeres a espacios históricamente masculinos y las luchas por la ampliación de derechos sexuales y reproductivos han obligado a reconsiderar qué se espera de los hombres en el presente.
Cuando los marcadores tradicionales de éxito y realización se diluyen, muchos hombres experimentan un estado liminal: ya no pertenecen al viejo orden pero tampoco han encontrado su lugar en el nuevo.
Mientras las mujeres celebran (con plena legitimidad) su liberación de roles predeterminados como una expansión de posibilidades, numerosos hombres experimentan esta misma liberación como un vacío desorientador. Por un lado se libera de una constricción impuesta y por otro, se pierde un sentido naturalizado.
Esta pérdida de referencia genera una ansiedad silenciosa que, al no encontrar canales de expresión socialmente aceptables, puede manifestarse en comportamientos destructivos o en un repliegue hacía la nostalgia. No es coincidencia que las tasa de suicidios masculinos en sociedades industrializadas es tres a cuatro veces mayor que en mujeres, mientras que el abuso de sustancias y los trastornos conductuales muestran una prevalencia marcadamente masculina.
Los hombres se encuentran ahora más libres pero menos equipados emocionalmente para manejar esa libertad, atrapados en el agotamiento que produce tener que construir constantemente la propia identidad sin modelos claros o socialmente validados.
La nostalgia por certezas perdidas alimenta movimientos reaccionarios que prometen restaurar un orden mítico donde «los hombres eran hombres». Estos grupos suelen florecer en contextos de precariedad, donde la promesa de superioridad de género compensa otras carencias. Muchos hombres perciben que han perdido un lugar que antes les ofrecía certezas, estatus y reconocimiento. En ese vacío, algunos caen en discursos que prometen restaurar un orden anterior, donde las jerarquías estaban claras y las reglas no se cuestionaban.
Esta necesidad de pertenencia también explica el auge de comunidades masculinas tradicionales y virtuales (desde clubes deportivos hasta foros en línea) que funcionan como espacios donde la identidad masculina puede ejercerse sin ser constantemente cuestionada. El problema surge cuando estos refugios se convierten en enclaves de resentimiento en lugar de espacios de transformación positiva.
La asimetría de los territorios exclusivos para un género demuestra las contradicciones actuales. Mientras espacios como The Wing o Hera Hub son celebrados como territorios necesarios para el empoderamiento femenino, iniciativas análogas masculinas como The Bohemian Grove enfrentan críticas severas por ser percibidas como reductos de privilegio.
Las empresas exclusivamente femeninas son celebradas como innovadoras mientras cualquier iniciativa similar masculina sería inmediatamente señalada como discriminatoria. Este doble estándar, aunque comprensible desde una lógica compensatoria, genera resentimiento en sectores masculinos que no se perciben a sí mismos como privilegiados ni opresores, especialmente entre jóvenes de clases trabajadoras que enfrentan sus propias formas de marginación económica y social.
Esta asimetría valorativa no es arbitraria ni carece de fundamentos históricos. Aún así, cabe preguntarse si la justicia transformativa requiere necesariamente estas disparidades temporales o si podrían estar reforzando las mismas categorías que pretenden superar. Después de décadas de observación se ha comenzado a cuestionar si no estamos generando un nuevo conjunto de estereotipos restrictivos, solo que ahora aplicados a los hombres.
En el ámbito institucional, programas como el Women’s Entrepreneurship Fund en Canadá o las becas específicas para mujeres en ingeniería representan intentos legítimos de corregir desequilibrios históricos. Los datos que muestran que las mujeres reciben apenas el 2.3% del capital de riesgo global o que ocupan solo el 28% de posiciones de liderazgo corporativo justifican plenamente estas intervenciones.
No obstante, estos esfuerzos coexisten con realidades menos visibilizadas: los hombres representan el 93% de las muertes laborales, tienen tasas de deserción escolar significativamente más altas y enfrentan sentencias judiciales 63% más severas que las mujeres por los mismos delitos. La creciente crisis educativa masculina, donde las mujeres ya superan ampliamente a los hombres en tasas de graduación universitaria en la mayoría de los países occidentales, raramente genera programas compensatorios específicos.
Un enfoque verdaderamente equitativo requeriría reconocer vulnerabilidades específicas en ambos lados del espectro de género. La justicia de género no puede ser un juego de suma cero donde los avances de un grupo necesariamente impliquen retrocesos para el otro.
Un aspecto frecuentemente ignorado en estos debates es la relación del hombre con su corporalidad. La presión por encarnar ideales físicos inalcanzables ha crecido exponencialmente, como evidencia el aumento de trastornos dismórficos y de alimentación entre hombres jóvenes. La imagen del cuerpo masculino perfecto que inunda los medios y redes sociales genera una nueva forma de alienación.
Entrenados para ver sus cuerpos como instrumentos de producción o desempeño, muchos hombres pierden conexión con su experiencia corporal vivida. Esta desconexión afecta su bienestar físico y también su capacidad para establecer relaciones íntimas significativas.
Otra dimensión importante que suele pasar desapercibida es la relación entre la identidad masculina y la salud mental. La represión emocional, el aislamiento, la dificultad para pedir ayuda o el temor a parecer débil son efectos de una educación afectiva condicionada por el modelo tradicional. Esto tiene consecuencias como la cronificación del sufrimiento psíquico, el abuso de sustancias o la violencia autoinfligida. Sin esta alfabetización afectiva, cualquier transformación social quedará inconclusa.
Por otra parte, la paternidad ahora surge como uno de los espacios más prometedores para la reinvención de la masculinidad. Mientras históricamente la presencia paterna se reducía a la provisión económica y la autoridad normativa, las nuevas configuraciones familiares están permitiendo formas de paternidad más participativas, afectivas y comprometidas con el cuidado cotidiano.
Esta paternidad involucrada genera beneficios tangibles: niños con mayor autoestima y mejores habilidades sociales, pero también hombres más satisfechos con sus vidas y con vínculos sociales más ricos y diversificados. La experiencia del cuidado paterno beneficia a los hijos y constituye una oportunidad de transformación para los propios hombres.
Aún así, las estructuras laborales, las expectativas culturales y el propio diseño de las políticas familiares continúan obstaculizando esta transformación. La duración asimétrica de permisos parentales (significativamente menores para padres que para madres) o la persistente brecha salarial que hace «económicamente racional» que sea la madre quien reduzca su jornada laboral son ejemplos de cómo las estructuras sociales refuerzan los roles tradicionales incluso cuando tanto hombres como mujeres desean trascenderlos.
No es una guerra entre hombres y mujeres, más bien, es un esfuerzo colectivo por redefinir lo humano más allá de categorías binarias restrictivas. Se trata en reconocer la legitimidad de múltiples formas de ser hombre, incluyendo aquellas que no se ajustan a la norma.
Fuentes consultadas
Gilmore, David D. Hacerse hombre: concepciones culturales de la hombría.
Bribiescas, Richard. How Men Age: What Evolution Reveals about Male Health and Mortality.
Kimmel, Michael. Guyland: The Perilous World Where Boys Become Men.
Perel, Esther. Entrevistas y conferencias sobre género y sexualidad.
Bonino, Luis. Textos sobre micromachismos y psicología masculina.
Segato, Rita. Ensayos sobre violencia de género y patriarcado.
Fraser, Nancy. Fortunas del feminismo.
Connell, Raewyn. Masculinities.
Hooks, Bell. The Will to Change: Men, Masculinity, and Love.
Preciado, Paul B. Ensayos sobre género y biopolítica.
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